Viajes, escritura y sostenibilidad
Kuala Lumpur, Malasia. Mediodía. Un calor insoportable. Si fuera el desierto, veríamos pasar esas bolas rodando. Pero es una gran ciudad asiática, así que ni el día más caluroso impide su ritmo frenético. ¿Cuál es el mejor plan que se me ocurrió? Exacto: ir a ver el sitio más turístico de la zona: ¡las Batu Caves!
Nos juntamos unos cuantos guiris mochileros del hostal, y allí que nos fuimos. Tras inspeccionar un poco la zona de abajo del recinto, nos decidimos a subir las escaleras que llevaban a las famosas cuevas. Y mira que ya estábamos a punto de poner el primer pie en las escaleras, cuando alguien nos interceptó. Una entrañable señora anciana, que nos hablaba en malayo, mientras hacía uso del lenguaje no verbal: nos señalaba un gran saco de leche, a la par que dirigía su mirada y su otro dedo índice arriba de las escaleras. No había duda: nos pedía que la ayudáramos a subir la leche arriba a las cuevas. Y, ¿cómo negarnos a ayudar a la pobre anciana a subir ese pesado saco de leche, con esa carita de gato con botas de Shreck que nos ponía? Así que el otro chico y yo misma, nos dispusimos a ayudar a esta buena mujer. No parecía muy complicado (spoiler: maldita señora).
Pues bueno, creo (y hoy en día puedo asegurar) que no calculamos muy bien lo que pesaba ese saco de leche enooorme , porque era una barbaridad. Y que las Batu Caves tienen 272 escalones. Y que estábamos a unos 35º con un 200% de humedad. Y que además yo estaba con medicación por una más que probable infección de riñón.
Pero lo que convirtió esta “buena obra” en una auténtica aventura, fue el «entretenimiento» de tener que espantar a los monos que nos venían constantemente encima. Parece ser que les apetecía mucho la leche. De hecho, había un señor cuya misión era, exclusivamente, asustarles con un palo. Pero no daba abasto con tanto mono por allí. Así que mientras subíamos la leche, teníamos que ir dando patadas al aire (al estilo Street Fighter), para evitar que los monos se acercaran a la bolsa de leche y la mordieran, y se desparramara toda la ofrenda por las escaleras delante de todos los fieles que iban al templo. Porqué, sí, efectivamente: la leche era para el templo, como ofrenda o para beberla ellos como merienda, eso no me quedó muy claro.
Total, que llegamos arriba casi muertos, pero satisfechos por haber ayudado a la comunidad, y a la pobre anciana, cuando unos señores en una forma física envidiable, nos cogieron la leche, y sin darnos ni las gracias, se la llevaron al templo. Para mear y no echar gota (de leche).